RETORNO AL PAIS DE
LOS SUEÑOS Y MIEDOS
En éste, mi primer regreso a Chile, a la llegada no me esperaba un anónimo taxista como el que me llevó a Santiago en 1972. Fue un distinguido periodista chileno, Ernesto Carmona, quien me recibió en el aeropuerto. Sentado en el moderno café-bar del aeropuerto, con café express y cigarrillos fumados uno tras otro, Ernesto me habló del libro de quinientas páginas que había escrito documentando la distinta suerte sufrida por algunos de los tres mil chilenos “desaparecidos” por la Junta.
Ernesto me puso en contacto con diversos notables chilenos de los años de Allende que permanecen fieles a los ideales socialistas.
Fueron conversaciones más que entrevistas y no las grabé ni tomé notas. Quería conversar con esas personas para saber cómo habían visto el mundo.
Conocí a Mireya Baltra, una dinámica mujer que comenzó vendiendo diarios en un quiosco y se convirtió, con el tiempo, en ministra del Trabajo en el gobierno de Allende. Mireya me habló con pasión de los logros de la UP y de su intento por construir una nueva sociedad a través de medios electorales. Me habló de su exilio y de cómo cruzó la cordillera de Los Andes a caballo junto a Gladys Marín, una líder del Partido Comunista de Chile, para enfrentar al gobierno de Pinochet. Sabiendo que muchos habían sido torturados y asesinados por la Junta, al ver frente a mí a esa pequeña mujer me pareció admirable que se hubiera atrevido a seguir ese camino tan peligroso para poner en evidencia la viciosa realidad del poder abusivo de Pinochet.
También a través de Ernesto pude conversar con Víctor Pey, un íntimo amigo de Salvador Allende, que ahora tiene más de noventa años. Víctor recordaba cómo Allende y su ministro de Relaciones Exteriores, Clodomiro Almeyda (con quien me encontré brevemente en 1972) habían sido prevenidos, en una visita al presidente argelino Houari Boumediene, de que sin un completo control del ejército no tendrían éxito. Después Almeyda viajó a Argelia para una conferencia de los países no alineados en los primeros días de septiembre de 1973. Boumediene le preguntó cómo andaban las cosas en Chile. Almeyda le aseguró que, aunque la situación era difícil, el ejército estaba comprometido con la constitucionalidad y respaldaría firmemente al gobierno. Boumediene habló francamente: dijo que era asunto de semanas, o incluso algunos días, antes de que el ejército virara y tomara el gobierno.
Víctor me dijo que el sábado antes del golpe había almorzado con Allende en casa de Miria Contreras, la Payita, secretaria y compañera de Allende cuyo hijo fue detenido y desapareció junto a todos los que estuvieron al lado de Allende el fatídico martes 11 de septiembre. El general Carlos Prats, que hasta pocos días antes había sido comandante en jefe del ejército y fue reemplazado por Pinochet, ya estaba en esa casa esperando a Allende. Allende le repitió a Víctor lo que Prats le había comentado.
Prats había conversado con Eduardo Frei Montalva. (De todos los políticos, Frei, ex presidente de la República y líder de la Democracia Cristiana, era altamente respetado por muchos chilenos). El general Prats le dijo a Frei que la guerra civil era inminente y que él, Frei, era la única persona que podía hacer algo para evitar un sangriento golpe de Estado. Frei solamente bajó la cabeza y no dijo nada. Prats repitió su ruego para asegurarse que Frei lo escuchaba y comprendía lo que le estaba pidiendo. Urgió a Frei a que tomara el liderazgo de la DC y actuara para evitar el derramamiento de sangre. Pero de nuevo Frei no dijo nada y agachó la cabeza.
A los pocos días, Víctor, que fue exiliado de España y prisionero de los nazis en Francia cuando Franco derrotó a los republicanos, tuvo nuevamente que salir a otro exilio.
El horror del régimen de Pinochet está bien documentado y significó más de treinta mil casos probados de prisión política. La tortura se convirtió en rutina. Visité Villa Grimaldi en el corazón de un barrio residencial de Santiago donde prácticamente los quinientos prisioneros que estuvieron allí fueron torturados. Stephen Volk, amigo mío en Chile en 1972 y ex director de investigación del Congreso de Estados Unidos sobre América Latina, me dijo que el 70 por ciento de todas las mujeres detenidas por la Junta fueron violadas.
Una persona no tenía que ser políticamente activa para caer victimizada por la brutalidad del golpe. Pasé un día con Mario Irarrázabal, un hombre apacible y con sentido del humor que es uno de los mejores escultores de Chile. Mario nunca estuvo involucrado políticamente. Pero después del golpe fue arrestado, encarcelado y torturado. Nunca supo por qué lo habían arrestado. Después descubrió que lo habían tomado como rehén para presionar a la Iglesia Católica. El hermano de Mario era una figura importante en la jerarquía eclasiástica y la junta usó a Mario para que la Iglesia suavizara su actitud. Le pregunté a Mario cuánto tiempo estuvo detenido. Me dijo que una vez que fue liberado se dio cuenta que había sido poco tiempo, pero “cuando uno está siendo torturado no hay tiempo. Es siempre”.
En el taller de Mario sus esculturas cuentan la historia de la vida después del golpe. Después de quedar en libertad, Mario se fue a Alemania a esculpir y a olvidar, según me dijo. Pero la mente no se engaña fácilmente; su trabajo se llenó de grotescas figuras militares. Cuando regresó a Chile, sus figuras militares cedieron paso a seres humanos comunes, pero que estaban profundamente encajados en bloques monumentales. Solamente ahora, más de treinta años después, las figuras humanas empezaron a emerger completamente de los bloques. Solamente ahora esculpe grupos de gente libre, de pie, con los bloques monumentales al fondo abriéndose y retrocediendo.
La música es una arena en la cual a menudo se expresan las emociones y algunos de los más fuertes pensamientos políticos, lo que sigue siendo cierto en el Chile de hoy. Consciente de esto, el régimen de Pinochet permitió expresiones musicales en pequeños clubes durante un tiempo, antes de aplastarlas brutalmente encarcelando a muchos artistas. Visité a Joan Jara, cuya Fundación Víctor Jara promueve el conocimiento y la difusión de la vida y obra de su marido. Fue, por supuesto, Víctor Jara quien escribió y cantó canciones que se convirtieron en himnos para los partidos de la Unidad Popular hasta que sus manos fueron aplastadas y fue asesinado por los militares en el Estadio Chile, donde muchas personas fueron aprisionadas después del golpe. Hablamos con Joan de la necesidad de mantener la memoria viva, no solamente como una remembranza del pasado sino como fuego para el presente y el futuro.
Después, con otro músico, Ismael Durán, fui a otra clase de memoria. A Ismael le habían pedido que tocara la guitarra y cantara en el homenaje por la muerte de Miguel Enríquez, el líder del MIR asesinado por la Junta en 1974. Cuando nos sentamos un momento en nuestro recorrido por el enorme Cementerio General de Santiago buscando la tumba de Miguel Enríquez, Ismael afinó la guitarra y cantó una sentida elegía a Enríquez, que murió convencido que el pueblo podría levantarse y derrotar a los fascistas que se habían apoderado del país. Antes de que nos fuéramos al cementerio, Ismael me había presentado a una mujer a la cual prestaba un pequeño espacio que preparaba para una peña llamada Bandolero. Ella había estado presa durante doce años en la dictadura de Pinochet, pero ahora estaba luchando nuevamente, tratando de organizar a mujeres que trabajaban en sus casas haciendo artesanías exclusivas, zapatos que se venden en cientos de dólares, mientras ellas ganan menos del salario mínimo.