Meditación de Chile (en español)

LA LUCHA IRREFRENABLE

Esta fue la clase de espíritu que fui a recuperar en Chile, el espíritu que no puede ser dominado, no importa lo que se haga a una persona. Y lo descubrí una y otra vez. Como psicólogo -cuando volví a Estados Unidos enseñé psicología en la Universidad del Estado de Nueva York durante veinticinco años- siempre procuré entender cómo trabaja la represión, para construir un instrumento explicatorio útil. Una percepción, una memoria o un deseo que es profundamente prohibido puede ser sacado de la conciencia con un gran costo. Pero lo reprimido no desaparece; se queda en la persona, luchando por emerger. Se requiere mucha energía para mantenerlo fuera de la conciencia, para impedir que estalle y exija gratificación. Mientras más fundamental y urgente sea la necesidad, más intensa debe ser la energía que se gasta en mantenerla reprimida.
Esta metáfora me ayuda a entender lo que ha sucedido en Chile, donde acontecimientos de hace más de treinta años todavía importan y tal vez continúen preocupando no sólo a los chilenos sino a la humanidad.
De los años de la dictadura de Pinochet un hecho siempre me interesó: nadie, literalmente nadie que yo haya conocido en Chile esperaba la represiva brutalidad de Pinochet, tan intensa y prolongada. Cuando Eduardo Frei agachó la cabeza y no quiso dar un paso para parar el golpe, seguramente creía que, en días o semanas, él y su Democracia Cristiana estarían encabezando el gobierno. Tanto él como el resto de la DC que conspiraron con Estados Unidos para minar la presidencia de Allende, creían que pronto Chile sería “restaurado” como un país abierto para los negocios, con todos los accesorios propios de una democracia moderna.
Lo que ellos, la “oposición democrática” a Allende no consideraron, sin embargo, es que sólo remover a Allende estaba muy lejos de lo que necesitaban aquellos que querían aplastar al pueblo y refrenar la esperanza de una sociedad justa y equitativa que tenía la masa de ciudadanos. Pinochet -y sus padrinos chilenos y norteamericanos- lo sabían. Pinochet, hasta ahora, cuando no está fingiendo incompetencia mental para evitar ser juzgado por sus crímenes, dice con orgullo que aquellos que él asesinó fueron muertos porque “era necesario evitar el control marxista” de Chile. Pero la represión psicológica no sólo depende de que se diga que algo es malo, sino que se debe aterrorizar a la persona, para que tenga miedo hasta de tener pensamientos prohibidos, de manera que la represión política depende de aplastar las aspiraciones humanas con tal brutalidad que nadie pueda volver a pensar siquiera en un cambio revolucionario sin aterrorizarse.
Antes del golpe, durante más de cincuenta años con pequeñas interrupciones, Chile había elegido democráticamente a sus presidentes. Durante menos de tres años, Salvador Allende gobernó su país. Pero para aplastar el espíritu y la esperan-za desatados por la victoria de la Unidad Popular se necesitaron dieciséis años y medio de una de las más brutales dictaduras del siglo veinte. Más de treinta mil ejecutados o “desaparecidos” documentados, más de treinta mil prisioneros políticos, en su mayoría torturados, y tal vez medio millón de personas, uno de cada veinte chilenos, enviados o escapados al exilio. Noam Chomsky, escribiendo sobre Nicaragua explica la brutalidad del ataque de los contras a los sandinistas como consecuencia del “peligro de un buen ejemplo”, el peligro de que una revolución socialista pudiera mostrar cómo un Estado más humano, más justo y antiimperialista pudiera no solamente existir sino florecer. Como me dijo Víctor Pey, el amigo de Allende: “Era mucho más peligroso que un país libre y democrático como Chile eligiera convertirse en socialista y tuviera éxito. Mucho más peligroso incluso que Fidel Castro y Cuba”.
Pero ninguna represión es perdurablemente exitosa. Las legítimas aspiraciones de la gente reaparecen sin importar cuán brutalmente fueron destruidas. Pude ver eso en el Chile de hoy, en la pasión que todavía arde en los que lucharon por el éxito de la Unidad Popular, en los músicos que cantan a los héroes caídos y en la juventud de hoy, saliendo en masa a protestar contra la globalización o cantando canciones con crítica social y conciencia política.
Una noche antes del término de mi estadía, volví al cabaret-teatro de la Fundación Víctor Jara para asistir a una comedia y una sesión de cueca. La comedia estaba pesadamente enlazada con crítica política, pero la cueca estuvo llena de la exuberancia emocional y la espontaneidad de los chilenos en las parejas, jóvenes y viejas, que bailaron la alegre danza. Entonces supe por qué había regresado a Chile. Para recordarme a mí mismo que el espíritu humano, la necesidad humana de construir una sociedad democrática y equitativa siempre encontrará un camino de lucha para expresarse

JONATHAN MACK (*)

(*) El Dr. Jonathan Mack es un distinguido psicólogo norteamericano, profesor emérito de la Universidad del Estado de Nueva York y docente en el College de Old Westbury. Siendo un joven doctor en psicología, estuvo en nuestro país durante el gobierno de Salvador Allende. Después de treinta y tres años visitó nuevamente Chile. Estas son sus impresiones, escritas especialmente para PF.
(Traducción de C.S.T.)

 

(Publicado en Punto Final Nº 607, 23 de diciembre, 2005)

 

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